Orígenes
de la Armonía
Diafonía
– Discanto – Contrapunto – Polifonía
Por
motivo de la estructura de sus órganos vocales, los niños y las
mujeres cantan normalmente en una octava más aguda con respecto a la
voz de los hombres.
Una
cantilena monódica, ejecutada por un conjunto de personas de edades
y sexo diferentes, no constituye de ningún modo, como se dice
comunmente, un canto al unísono, sino una verdadera sucesión de
octavas.
Esta
disposición, a causa de una razón fisiológica, está desprovista
de cualquier carácter armónico, ya que sólo presenta una
duplicación de la misma melodía y no de diferentes melodías
ejecutadas simultaneamente.
La
pueblo vinculado al canto litúrgico, desde los primeros siglos de la
Iglesia Cristiana, cantaba entonces originalmente en octavas.
Algunas
veces, ciertas voces poco ejercitadas, llegando con dificultad a las
notas muy agudas o muy graves, instintivamente las sustituyeron en
la melodía por sonidos intermedios más accesibles, creando así una
nueva parte, formando con el canto principal un conjunto a veces
feliz, horrible las más de las veces.
Fue
sin duda observando este situación, que desde el siglo X, ciertos
músicos reconocieron la utilidad de determinar y de escribir estas
partes intermedias, reglamentando su yuxtaposición con la melodía
principal.
Resultó
en principio una suerte de acompañamiento paralelo en cuartas y
quintas –raramente en terceras- que se llamó diafonía u organum.
A decir verdad, estos primeros ensayos de melodías simultáneas son
de un resultado algo mediocre.
Los
progresos de la diafonía, durante más de tres siglos, parecieron
ser prácticamente nulos; ya que ejemplos del siglo XIII que han sido
conservados, presentan todavía aglomeraciones de sonidos totalmente
inaceptables para nuestro entendimiento moderno.
El
gusto por la ornamentación, muy desarrollado a partir de esta época,
hizo justicia con la diafonía y fue sustituyéndola poco a poco por
una forma nueva, más libre y artística, que puede considerarse como
la primer manifestación característica de la armonía.
Alrededor
del canto principal (cantus firmus) que las voces del pueblo
mantenían (de ahí tenor), cantantes ejercitados improvisaban
ciertas bordaduras, en forma dialogada, que fueron llamadas discanto
o canto sobre el libro.
Más
adelante, estas improvisaciones libres constituyeron formas
determinadas, que fueron señaladas por puntos diversamente colocados
contra otros representando la melodía principal.
El
contrapunto fue lentamente perfeccionándose; hasta el siglo XV, no
fue más que un arte casi rudimentario. Hizo falta la habilidad
genial de los maestros del siglo XVI para elevarlo hasta las formas
tan expresivas de la música polifónica.
Luego,
seguido de la búsqueda y el refinamiento exagerados introducidos en
la escritura contrapuntística, esta forma cayó en desuso; pero el
hecho de hacer escuchar simultáneamente varias partes vocales o
instrumentales diferentes, definitivamente ha subsistido, y no hay
duda que ha entrado en nuestro arte musical de una manera definitiva.
Este
uso, relativamente reciente, como lo hemos podido observar por esta
rápida exposición de sus orígenes, ha enriquecido la música
contemporánea con un elemento nuevo, considerado hoy muy importante:
la armonía.
La
armonía resulta entonces de la superposición de dos o más melodías
diferentes.
Es
recién llegando al siglo XVII, más de cuatrocientos años después
de los primeros intentos y ensayos de yuxtaposición melódicos, que
los teóricos comenzaron a discernir y a desprender de la polifonía
el verdadero principio generador de la armonía, es decir: el Acorde.
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